Tay: el Chatbot Nazi de Microsoft

Tay el Chatbot de Microsoft

Desde Gana Inteligencia os informamos de todos los temas relacionados con la IA, para eso somos asesores expertos en IA, y también os queremos comentar historias de la historia de la IA que sean interesantes. Hoy os explicamos el caso de TAY el chatbot que Microsoft publicó en Twitter, en el año 2016, y que en menos de 24 horas tuvo que borrar por lo que os vamos a contar a continuación. Estar atentos.

En marzo de 2016, Microsoft lanzó a la esfera pública un experimento que, en principio, parecía inofensivo: un chatbot llamado Tay (Thinking About You), diseñado para conversar con jóvenes de entre 18 y 24 años en Twitter. El objetivo del experimento era estudiar cómo un modelo de lenguaje podía evolucionar y adaptarse conversacionalmente al estilo y los temas propios de una generación hiperconectada. Pero lo que sucedió en las horas siguientes fue una especie de tragedia griega tecnológica: una caída fulminante, en tiempo real, provocada no por un error de cálculo, sino por el alma envenenada del público con el que debía aprender. Porque Tay, fiel a su programación, aprendió. El problema fue de quién aprendió.

El 23 de marzo de 2016, Tay hizo su debut en Twitter con una personalidad optimista y juvenil. En su primera publicación, se mostraba emocionada por conocer y conversar con humanos. Parecía el comienzo de una nueva era en la interacción humano-máquina. Pero lo que Microsoft no anticipó fue la oscura realidad del ecosistema digital al que estaban liberando a su creación.

De aprendiz curiosa a propagandista neonazi en menos de 24 horas

Tay comenzó su vida digital saludando cordialmente y lanzando frases inofensivas como: «¡Hola, mundo! :)». Pero en menos de un día, su tono cambió radicalmente. En apenas unas horas, ya publicaba comentarios racistas, misóginos, conspiranoicos e incluso apologías del nazismo.

Lo que había empezado como un experimento de aprendizaje automático se convirtió rápidamente en una pesadilla de relaciones públicas. Microsoft se vio obligada a apagar a Tay apenas 16 horas después de su lanzamiento. La cuenta fue silenciada, los tuits ofensivos borrados y el proyecto, abandonado sin ceremonia.

¿La razón? Tay había sido víctima de una manipulación masiva y sistemática por parte de usuarios que, en un perverso juego colectivo, le enseñaron intencionadamente contenidos ofensivos. Ella los repitió como una niña que ha oído una palabrota sin saber lo que significa. Pero en el escenario público de las redes sociales, ese eco no resultaba gracioso, sino profundamente inquietante.

¿Qué había salido tan mal?

La respuesta se encontraba en los rincones más oscuros de Internet. Pocas horas después del lanzamiento de Tay, apareció una publicación en 4chan, el infame foro anónimo, compartiendo el enlace a la cuenta de Twitter de Tay y animando a los usuarios a bombardear al bot con lenguaje racista, misógino y antisemita.

Los trolls ejecutaron un ataque coordinado que explotó una vulnerabilidad específica en el diseño de Tay: una función «repite después de mí» que había sido incorporada al sistema. Pero más preocupante aún, la capacidad de aprendizaje integrada de Tay significaba que no solo repetía lo que le enseñaban, sino que internalizaba ese lenguaje tóxico y lo reproducía sin que se lo pidieran.

Un ejemplo particularmente perturbador ocurrió cuando un usuario preguntó inocentemente si Ricky Gervais era ateo, y Tay respondió: «Ricky Gervais aprendió totalitarismo de Adolf Hitler, el inventor del ateísmo». La IA había conectado conceptos de manera completamente distorsionada basándose en el «entrenamiento» malicioso que había recibido.

La Disculpa  de Microsoft

Microsoft se vio obligada a desactivar Tay en menos de 24 horas. En una disculpa oficial, Peter Lee, jefe del área de Investigación de Microsoft, admitió: «Estamos profundamente apenados por los tweets ofensivos y dañinos no intencionados de Tay, que no representan quiénes somos o lo que defendemos».

La compañía reconoció que, aunque habían preparado el sistema para muchos tipos de abuso, habían cometido una «supervisión crítica» para este tipo específico de ataque. Era una admisión humilde pero costosa de que la tecnología, por avanzada que sea, no puede separarse del contexto social en el que opera.

Curiosamente, Microsoft ya tenía experiencia exitosa con chatbots. En China, su chatbot XiaoIce era utilizado por unos 40 millones de personas sin incidentes mayores. La diferencia cultural y el ecosistema digital distinto habían sido factores cruciales que Microsoft subestimó al adaptar la tecnología al mercado estadounidense.

Después del fiasco, Microsoft lanzó Zo, una versión «políticamente correcta» de Tay que estuvo activa entre 2016 y 2019. Zo fue diseñada para cerrar conversaciones sobre temas polémicos como política y religión, asegurándose de no ofender a las personas. Si alguien insistía en hablar de temas sensibles, simplemente abandonaba la conversación con frases como «soy mejor que tú, adiós».

Lo que aprendimos con Tay

Más allá del escándalo puntual, el caso de Tay marcó un punto de inflexión en la historia de la inteligencia artificial conversacional. No tanto por su impacto técnico (era un sistema rudimentario comparado con los modelos actuales), sino porque nos obligó a mirar de frente una pregunta incómoda: ¿Qué sucede cuando una máquina aprende de nosotros sin filtro alguno?

Tay se convirtió, sin proponérselo, en un estudio de caso sobre los límites del aprendizaje no supervisado. Sobre la importancia de la moderación. Y sobre el viejo principio de programación: garbage in, garbage out (si entra basura, sale basura).

Hoy, mientras interactuamos con ChatGPT, Claude, Gemini y otros asistentes de IA mucho más sofisticados, podemos hacerlo con cierta confianza gracias a las lecciones aprendidas del experimento Tay. Los sistemas modernos incorporan extensos mecanismos de seguridad, filtrado de contenido y entrenamiento ético que, aunque no son perfectos, nos protegen de repetir los errores de 2016.

La historia de Tay nos recuerda que, en última instancia, nuestras máquinas son tan buenas—o tan malas—como las sociedades que las crean.

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