Kodak, para quien necesite un recordatorio, fue la emperatriz indiscutible de la fotografía durante el siglo XX. Dominaba la película y el mercado. Pero cometió un pecado fatal: inventó la cámara digital (1975) … pero la guardó en un cajón. Temía que su creación canibalizara su propio negocio. Hoy Kodak sigue en el mundo de la imagen sobre todo como fabricante en el mundo del cine, pero también han invertido en el sector farmacéutico, incluso en la moda. Kodak se declaró en bancarrota en el año 2012. Ha podido resurgir y seguir pero ya no es la empresa que facturaba 15.000 millones de dólares en el año 2000, sino una empresa que apenas llega a los 1.000 millones de dólares en el 2024.
Intel, salvando distancias tecnológicas, parece haber tomado lecciones del mismo manual de errores. Intel, que a principios de siglo siempre figuraba en los top 10 de empresas mundiales por capitalización bursátil, hoy está cerca de salir del top 200.
Durante los años dorados del duopolio Wintel (Windows + Intel), a principios de este siglo, la empresa era un titán sin rival. Microsoft ponía el software, Intel el hardware, y el resto del mundo simplemente obedecía. La asociación era perfecta: Microsoft proporcionaba el sistema operativo que todos querían (Windows), e Intel suministraba los chips que lo hacían funcionar (Intel inside). Cada nueva versión de Windows demandaba más potencia de procesamiento, lo que creaba una demanda constante por los últimos procesadores de Intel. Era un círculo virtuoso que generó billones de dólares en valor para ambas empresas.
En su apogeo, Intel controlaba más del 80% del mercado de procesadores para PCs, sus márgenes de beneficio superaban el 60%, y su ley de Moore —que postulaba que la potencia de los procesadores se duplicaría cada dos años— se había convertido en una profecía autocumplida que toda la industria seguía religiosamente. Pero desde entonces, el paisaje cambió y Intel… no.
La ceguera frente al futuro móvil
En 2007, Apple presentó el iPhone. El teléfono móvil dejaba de ser un accesorio para convertirse en el centro de la vida digital. Intel tuvo entonces una oportunidad de oro: Apple quería que Intel fabricara los chips para ese nuevo dispositivo. Steve Jobs se acercó. Intel dijo que no.
¿Por qué? Porque fabricar chips para móviles era menos rentable que seguir vendiendo CPUs para ordenadores. Desde Intel vieron el mercado de los smartphones como un mercado diminuto y con un margen muy pequeño, insignificante comparado con el de los PCs. De nuevo, el eco de Kodak: no matar la gallina de los huevos de oro, aunque esos huevos estén empezando a oler a rancio.
Esta decisión, aparentemente menor en su momento, resultó ser catastrófica a largo plazo. Apple finalmente recurrió a ARM Holdings y a Samsung para desarrollar sus procesadores, creando la base de lo que se convertiría en el ecosistema móvil más valioso del mundo. Mientras Intel se concentraba en hacer chips cada vez más potentes para PCs, el futuro se estaba escribiendo en dispositivos móviles que funcionaban con arquitecturas completamente diferentes. Mientras Intel se aferraba a su modelo de negocio tradicional, perdió la oportunidad de posicionarse en el mercado móvil, que superaría en tamaño al mercado de PC. Esta decisión no solo le costó miles de millones en ingresos potenciales, sino que también la dejó fuera de la revolución móvil que definiría la siguiente década tecnológica.
La corona de silicio: perdida
Uno de los pilares fundamentales del éxito histórico de Intel era su ventaja en los procesos de fabricación de semiconductores. Durante décadas, la empresa estuvo a la vanguardia en la miniaturización de transistores, siendo típicamente la primera en alcanzar nuevos nodos tecnológicos como 22nm, 14nm y 10nm. La fabricación de chips solía ser uno de los orgullos de Intel. Sus fábricas, llamadas fabs, eran templos de precisión atómica.
Sin embargo, esta ventaja comenzó a erosionarse dramáticamente alrededor de 2015. Los problemas con el proceso de 10nm de Intel se convirtieron en una pesadilla que duró años. Mientras la compañía luchaba con problemas de rendimiento en su proceso de 10nm, sus competidores asiáticos, particularmente, TSMC en Taiwán y Samsung en Corea del Sur avanzaron agresivamente con sus propias tecnologías
TSMC no solo alcanzó sino que superó a Intel en capacidades de fabricación, ofreciendo procesos de 7nm y 5nm que eran superiores en muchos aspectos a los esfuerzos de 10nm de Intel. Esta inversión de papeles fue histórica: por primera vez en décadas, Intel ya no era el líder tecnológico en fabricación de semiconductores.
Mientras tanto, compañías como AMD (su rival histórico) subcontrataban la fabricación con TSMC, y producían chips más competitivos, más eficientes y atractivos para gamers, centros de datos y laptops. La compañía, que había estado al borde de la irrelevancia durante años, lanzó su arquitectura Zen en 2017, que revolucionó completamente su posición competitiva. Los procesadores Ryzen de AMD, fabricados por TSMC usando procesos avanzados, ofrecían rendimiento comparable o superior a los productos de Intel, y a precios más competitivos. Por primera vez en más de una década, AMD no solo era una alternativa viable, sino que en muchos casos era la opción preferida para entusiastas y profesionales.
El impacto fue inmediato y devastador para Intel. La compañía comenzó a perder cuota de mercado tanto en el segmento de consumo como en el lucrativo mercado de servidores. Intel, atrapado en su propio ecosistema cerrado, ha perdido terreno en todos los frentes.
¿Y la inteligencia artificial?
Aquí viene otro golpe bajo. Mientras NVIDIA se convierte en la nueva reina del silicio gracias a sus GPUs y su papel central en la revolución de la inteligencia artificial, Intel ha perdido el tren. Literalmente.
En 2015, la capitalización bursátil de Intel multiplicaba por 9 la de NVIDIA. Diez años después, NVIDIA multiplica la de Intel por 40 veces. Fundada en 1993 y originalmente enfocada en gráficos para videojuegos, NVIDIA tuvo la visión de apostar por las aplicaciones de computación paralela de sus GPU mucho antes de que la IA se convirtiera en mainstream.
Cuando el deep learning experimentó su explosión alrededor de 2012, las GPU de NVIDIA resultaron ser perfectamente adecuadas para entrenar redes neuronales grandes. La compañía no solo capitalizó esta oportunidad, sino que dobló su apuesta, desarrollando software, herramientas y ecosistemas específicamente diseñados para IA.
El resultado ha sido espectacular. NVIDIA pasó de ser una empresa de gráficos a convertirse en la columna vertebral de la revolución de IA. Sus chips alimentan desde el entrenamiento de modelos de lenguaje grandes como GPT hasta aplicaciones de conducción autónoma y computación científica.
Para Intel, el éxito de NVIDIA representa una oportunidad perdida monumental. La empresa tenía los recursos, la experiencia en semiconductores y las relaciones con clientes para haber competido en este espacio, pero carecía de la visión estratégica para reconocer su importancia.
¿Puede Intel evitar el destino de Kodak?
La verdad es que sí, Intel no tiene nada que ver con Kodak, tiene aún mucho recorrido porque la fabricación de semiconductores es clave en la economía mundial y en la geopolítica como explica muy bien el libro llamado la “Guerra de los Chips”.
El chip o semiconductor es con lo que funciona la totalidad de instrumentos tecnológicos, desde un teléfono móvil a un misil o satélite. Por eso, es asunto de Estado, para un país como Estados Unidos disponer de un fabricante nacional de confianza para fabricar los chips o semiconductores que se utilizan en su armamento… Un fabricante que sea del país y no extranjero.
No es casualidad que el Gobierno de los Estados Unidos haya entregado una subvención de casi 8.000 millones de dólares a Intel para la fabricación de semiconductores. El nombre de este plan, «Enclave seguro», refleja uno de los requisitos exigidos: los chips deben producirse en la más estricta confidencialidad.
En definitiva, Intel tiene ventajas que Kodak nunca tuvo. Los semiconductores siguen siendo fundamentales para toda la tecnología moderna, y la demanda continúa creciendo exponencialmente. Intel mantiene competencias técnicas profundas, relaciones sólidas con clientes, y recursos financieros masivos para invertir en su futuro.
Pero la pregunta no es si Intel sobrevivirá, una empresa con sus recursos y su posición tiene muchas vidas. La pregunta es si Intel podrá recuperar su relevancia estratégica y liderazgo en una industria que ha evolucionado más allá de su control tradicional. Los próximos cinco años serán críticos para determinar si Intel puede reinventarse exitosamente o si se convertirá en otro ejemplo de cómo los gigantes tecnológicos pueden caer desde las alturas más elevadas.



